No es solo una cuestión de animarse
Hay que aprender a poner en la balanza. Pero mi corazón pesa mucho (y más cuando no está). Me estoy despidiendo de Australia. Un país comodín, una carta donde todo anda. Tan automático como un botón que enciende una máquina y te necesita robot. Para producir, para limpiar, para cocinar. Para hacer las cosas que nadie quiere hacer. Pero ojo, también para ahorrar, para materializar todo sueño económico que te quedó pendiente: cambiar el celular, comprarte un auto, hacer snorkel y muchas cosas más. No quiero sonar -ni mucho menos ser- desagradecida. Australia provee y mucho. Pero si te soy honesta, de los 182 días que estuve acá, lloré más de 60. No sé si fue la distancia, el huso horario, los jefes de mierda, el mundial y los festejos tan lejos de casa, haber dejado las clases online, no tener tiempo para mí, no poder viajar tanto, verme tan dejada. Pero estuve muy triste. Y ah...